martes, 27 de junio de 2017

El desafío de la educación financiera

Hemos conocido esta semana los resultados de la prueba PISA 2015 que evalúa la alfabetización financiera de los estudiantes de 15 años a nivel internacional. Se evaluaron los conocimientos, las habilidades para resolver problemas y la realización de cálculos financieros. Chile obtuvo 432 puntos, significativamente bajo el promedio, solo superando a Brasil y Perú, los otros países latinoamericanos participantes.

Entre los hallazgos más significativos podemos señalar los siguientes: (1) un 38% de los estudiantes chilenos no ha desarrollado las competencias mínimas de alfabetización financiera; es decir; estos estudiantes, en el mejor de los casos, pueden reconocer la diferencia entre necesidades y deseos, tomar decisiones sencillas sobre gasto diario y reconocer el propósito de documentos cotidianos, como una boleta o factura; (2) solo un 3% se encuentra en el nivel más alto, nivel en el cual los estudiantes pueden analizar productos financieros complejos y resolver problemas no rutinarios, mostrando una comprensión amplia del sistema financiero, como la implicación de los impuestos sobre la renta y explicar las ventajas de los instrumentos financieros; (3) existe una alta correlación entre la alfabetización financiera y las habilidades matemáticas; y (4) uno de cada tres estudiantes declara aprender sobre temas financieros en la escuela, siendo más común en los grupos socioeconómicos más bajos.

Esta información resulta esencial para definir un programa de educación económica y financiera eficaz, que contribuya a reforzar aquellos conocimientos y, sobre todo, aquellos valores, actitudes y hábitos de comportamiento que ayudarán a los jóvenes a tomar decisiones económicas y financieras de manera consciente, razonada y valórica, con previsión de las consecuencias presentes y futuras de las mismas. Es importante para el país que nuestros ciudadanos tengan conocimientos adecuados y conductas racionales en materia de ahorro, de determinación del gasto, de las posibilidades de inversión y de las consecuencias del crédito, pues estas decisiones llevan implícito -si son bien realizadas-, un mejor bienestar personal y social. Lo anterior grafica la relevancia de la escuela, especialmente para aquellos jóvenes que solo encuentran en este espacio de socialización las oportunidades de formación para desenvolverse en la vida cotidiana. Implica además, un reto para la sociedad y sus instituciones: la familia debe jugar un rol más activo al otorgar la debida importancia que tiene iniciando tempranamente conversaciones como por ejemplo sobre el conocimiento, ordenación y valor de las monedas, hasta el uso y gestión del dinero a través de la realización de pequeñas transacciones; la escuela debe complementar el currículo con rutinas desde la interpretación de las noticias económicas y reflexión sobre el impacto en su vida cotidiana, la investigación y búsqueda de información para consumir de manera responsable, el comportamiento del mercado laboral, la aceptación y adecuación al presupuesto disponible, hasta la identificación de aquellas situaciones que provocan frustración en relación a la gestión del dinero.

Como en muchas materias que atañen a la formación de la persona, las instituciones pueden aportar a la construcción de una ciudadanía activa y responsable y la educación financiera es una nueva oportunidad para establecer alianzas con la familia y la escuela.


Educación para la igualdad de género

La desigualdad de género se expresa en toda la sociedad y la educación no es una excepción; sesgos, prejuicios, estereotipos e inequidades se encuentran en todos los ámbitos educativos.

Lograr una educación pública de calidad e inclusiva implica entre otros desafíos, construir una educación no sexista, en la cual las escuelas y sus integrantes reconozcan y otorguen igual valor a las capacidades y habilidades de niñas, niños y jóvenes; donde las escuelas se conviertan en espacios de convivencia libres de discriminación y violencia de género y aspiren a transformar las creencias y prácticas que influyen en la construcción de brechas e inequidades durante el proceso educativo y que se reflejan en resultados educativos injustos y discriminadores.

La familia y la escuela son los principales espacios de socialización que tenemos y en ellos no solo desarrollamos conocimientos, sino que también construimos nuestras identidades y atributos diferenciados para hombres y mujeres, potenciando los de unos y otros según como las consideremos más o menos apropiados. Esto opera a través de estereotipos, sesgos y discriminaciones, que devienen en desigualdades que se han expresado históricamente en los contenidos, en las relaciones entre docentes y estudiantes, en las prácticas y materiales pedagógicos, en las actividades y los espacios de participación y convivencia. Estos estereotipos están presentes en la cotidianeidad de los procesos educativos, produciendo brechas en los resultados académicos y desigualdad en la formación integral, generando desventajas para las mujeres, por ejemplo, en matemáticas y educación física, y en el caso de los varones en comprensión lectora, comenzando así a construir un futuro segregado y desigual, pues ello influye en sus decisiones, condicionando sus opciones de estudio y posterior presencia en el mercado laboral, y por esa vía en los salarios, en el acceso a puestos de trabajo y bienes materiales y culturales, a las pensiones que tendrán en el futuro y en definitiva, a la calidad de vida y bienestar personal, familiar y social. Por eso es importante incorporar hoy el enfoque de género para mejorar la calidad de la educación, cuando eso ocurre en las escuelas, estamos reconociendo que las niñas y niños tienen el mismo potencial de aprendizaje y desarrollo, y las mismas posibilidades de disfrutar por igual de aquellos bienes valorados socialmente y de las oportunidades, recursos y recompensas, independientemente de las diferencias biológicas que les caracterizan.


Si bien nuestro país ha superado la desigualdad en el acceso en todos los niveles educativos, las trayectorias y los resultados aún reproducen estereotipos y representaciones tradicionales de género que los llevan a recibir tratos diferenciados según la asignación social que se le ha dado al sexo al cual se pertenece, manteniendo desempeños desiguales en áreas del conocimiento que les inducen a vocaciones determinadas de acuerdo a lo que es “propio de hombres” y “propio de mujeres”, incidiendo luego en las oportunidades de empleabilidad. La desigualdad de género se expresa en toda la sociedad y la educación no es una excepción; sesgos, prejuicios, estereotipos e inequidades se encuentran en todos los ámbitos educativos, pero por lo mismo, se convierten en un desafío para la transformación de los contenidos, prácticas y relaciones que promuevan la transformación social de las relaciones de género.