Nuestra escuela, aun siendo una buena escuela, siempre es posible que sea mejor. ¿Cómo diseñar una estrategia que permita mejorar lo que tenemos?
Una de las características más relevantes de
la sociedad actual es considerar el conocimiento como un recurso imprescindible,
tanto para el desarrollo económico, como para el trabajo cotidiano y el
bienestar personal y social. Es cuestión de mirar nuestro entorno y nos daremos
cuenta de la dependencia que tenemos de la tecnología, donde la innovación
avanza de manera permanente, donde el conocimiento es abundante y está
disponible casi sin restricciones, se transforma y modifica constantemente.
En este contexto, la escuela también se ve
afectada, deja de ser el único lugar en el cual las nuevas generaciones acceden
al conocimiento y la información. Es sorprendente cómo los estudiantes y los
padres llegan con saberes curriculares y sobre formas de cómo educar a sus
hijos. Pero también esta nueva realidad lleva implícita una complejidad que
exige a la escuela una transformación como organización ya no solo sobre qué y
cómo enseñar, sino cómo todos aprenden.
En efecto, los conocimientos, habilidades y
valores socialmente significativos que se espera sean desarrollados en la
escuela, involucran capacidades complejas que exceden el trabajo individual de
un profesor y exigen a la escuela dejar de considerar que a través de la forma
de trabajo individual tradicional se pueden lograr. Haciendo un símil con un
equipo, aun cuando todos sean los mejores en sus puestos, ello no garantiza que
se alcancen los resultados: es necesaria una armonía de conjunto que permita
que todas esas individualidades aporten al logro del objetivo común.
Nuestra escuela, aun siendo una buena
escuela, siempre es posible que sea mejor. ¿Cómo diseñar una estrategia que
permita mejorar lo que tenemos? Muchas veces tenemos un listado realizado por
diferentes autores sobre qué es una buena escuela, pero son pocas las ocasiones
en las que pensamos cómo lograr lo que se nos señala. Lo primero que tenemos
que tener en cuenta es que una buena escuela no es un estado final luego de un
proceso estándar o único. No, una buena escuela está en permanente
transformación y en sus procesos existen importantes aspectos para que ello
ocurra: conocen muy bien su situación de partida o momento presente, tienen un
buen diagnóstico y están atentos a su actualización; se plantean con claridad
qué es lo que quieren cambiar y definen una trayectoria y formulan objetivos
para ese nuevo estado deseable. Así se fijan prioridades porque no siempre es
necesario cambiar todo, o bien, debido a que con los recursos que disponen no
pueden abordar todo lo que se desea.
La escuela debe estar consciente que este
proceso para mejorar es paulatino y que se le debe asignar tiempo y paciencia
para visibilizar el cambio. Esto no es de un día para otro, y cuando se logran
los primeros cambios, se debe continuar trabajando para consolidarlos; reflexionar
respecto de la necesidad de lo que se quiere cambiar, y luego, planificar la
implementación de las acciones que se han definido. Finalmente, hay que monitorear el proceso que se
implementará, evaluando con indicadores de resultados, pues dicha información
servirá para impulsar un nuevo ciclo de mejoras.