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miércoles, 10 de diciembre de 2025

La política y la campaña presidencial crispada

Hoy, cuando los algoritmos nos encierran en burbujas, la política busca disciplinar hasta la asfixia y los debates públicos se reducen a opciones binarias, altisonantes y agresivas. La campaña presidencial que culmina este domingo, se desarrolla marcada por la tensión, el miedo y la simplificación extrema, lo que parece confirmar que la derecha ha decidido abrazar una estrategia basada en la polarización emocional y la promesa de un orden disciplinario. En esta carrera, la sofisticación comunicacional de los algoritmos juega a su favor, porque como señala Sunstein C.R. (2018. # República: Democracia dividida en la era de las redes sociales), las plataformas digitales amplifican mensajes que despiertan miedo, agravio o sensación de amenaza, premiando así narrativas de restauración y castigo que la derecha ha sabido capitalizar con eficacia.

La retórica del “enemigo interno”, la insistencia en que Chile “se cae a pedazos”, que está al borde del colapso moral o del caos social, y la rehabilitación de imaginarios autoritarios que creíamos superados, forman parte de un arsenal discursivo que busca emocionar antes que argumentar. Mouffe, C. (2018. Por un populismo de izquierda) advierte que la política basada en antagonismos irreductibles inhibe el pluralismo y empobrece la deliberación; en el caso chileno, esta lógica se manifiesta en discursos que reducen la realidad a una lucha entre “los que quieren orden” y “los que promueven el desorden”, estableciendo dicotomías que ignoran la complejidad de los problemas públicos.

No es casual que, en la presente campaña, la derecha haya impulsado una narrativa donde la seguridad se presenta como valor absoluto, desprovisto de contexto social o político. La solución que ofrece es siempre punitiva, reactiva, casi mecánica: más control, más fuerza, más disciplina. Laclau, E. (2005. Sobre la razón populista) describió esta fijación con identidades cerradas y discursos homogéneos como característica de proyectos populistas que prometen un retorno imaginario a un pasado ordenado y coherente. En Chile, este imaginario se traduce en una exaltación de la autoridad y en una permanente sospecha hacia cualquier agenda transformadora.

El problema es que esta estrategia electoral no solo polariza, sino que reduce la política a un campo de batalla moral donde la ciudadanía se limita a elegir entre obediencia o caos. En este clima, el disenso razonado se vuelve sospechoso y la complejidad es interpretada como debilidad. El resultado es una campaña presidencial donde el debate de ideas queda subordinado a la emocionalidad intensificada por algoritmos que confirman prejuicios y alimentan miedos (Sunstein, 2018).

Sin embargo, lo más preocupante no es la eficacia electoral de esta lógica, sino su impacto en la convivencia democrática. Una política que se piensa a sí misma como confrontación permanente erosiona la posibilidad de imaginar proyectos compartidos. Arendt, H. (1958. La condición humana) recordaba que la verdadera política nace cuando las personas ejercen su capacidad de iniciar algo nuevo. Esto implica creatividad, pluralidad y apertura, justamente lo que hoy se ve asfixiado por una estrategia comunicacional que convierte a la ciudadanía en audiencia y no en protagonista.

Chile necesita una política que no renuncie al conflicto, pero que sea capaz de transformarlo en energía creativa para la construcción de un horizonte común. Habermas, J. (1992. Más reflexiones sobre la esfera pública) planteaba que el “uso público de la razón” es condición para la legitimidad democrática, ya que no hay futuro sostenible si la discusión pública queda reducida a slogans polarizantes diseñados para viralizarse en redes sociales. La campaña presidencial actual -particularmente desde la derecha- parece renunciar deliberadamente a esa idea de razón pública, apostando por un discurso eficaz para ganar elecciones, pero corrosivo para sostener una democracia madura.

La reconstrucción de un pacto social requiere, como señala Ricoeur, P. (1990. Uno mismo como otro), una narrativa común que integre conflicto y esperanza, memoria y porvenir. Pero esa narrativa no emergerá de la estrategia de agitación permanente que hoy impulsa la derecha, sino de una política capaz de articular convivencia, cooperación y creatividad democrática.

En un país cansado, fragmentado y expuesto a la manipulación algorítmica, demandar una política más racional no es ingenuidad, sino que es un acto de defensa cívica. La campaña presidencial pasará, pero las consecuencias de la retórica del miedo pueden perdurar, por ello, es urgente reivindicar una política que no se rinda ante la estridencia ni se incline ante la agresividad, una política capaz de imaginar un país menos disciplinado por el temor y más movilizado por la esperanza.

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