La escuela fue creada para conservar y difundir las tradiciones valoradas culturalmente. En ella los estudiantes aprenden contenidos y maneras de interactuar. Pero muchos de ellos también aprenden que para ser un ciudadano educado y exitoso probablemente tengan que renunciar a la identidad de su comunidad de origen.
The school was
created to conserve and disseminate culturally valued traditions. In it,
students learn content and ways to interact. However, many of them also learn
that in order to be an educated and successful citizen they will probably have
to give up the identity of their origins.
No me sorprendió leer hace unos días que los 23 próximos
ministros y ministras provienen de 15 establecimientos educacionales, en su
mayoría de la región metropolitana, siendo sólo dos de ellos particulares
subvencionados altamente selectivos y ninguno municipal. Esto ocurre en la instalación del gobierno
actual y en los anteriores no debió ser muy diferente. Sin embargo, en esta
ocasión, me provocó la reflexión sobre las inequidades, el espejismo
meritocrático de nuestro sistema educativo y de la homogeneidad de nuestra
élite política.
En efecto, la homogeneidad de
la élite es el resultado de la reproducción que nuestro sistema escolar genera.
Pierre Bordieu, en su “teoría de la reproducción” intenta desenmascarar al
sistema escolar francés al comprobar la hipótesis de que la pretendida
neutralidad y objetividad del aparato escolar no es tal, y que trata de reproducir
las desigualdades sociales otorgándole títulos a quienes serán los líderes
sociales, estableciendo las mismas jerarquías que hay en la comunidad bajo una
supuesta y pretendida idea de igualar mediante la educación, las posiciones
sociales existentes. Pero tal igualdad no se produce, pues el sistema educativo diferencia
a los alumnos según la clase a la que pertenecen, asegurando el triunfo de
quienes emanan de la élite. Pareciera que la evidencia es categórica, el
sistema escolar en nuestro país tampoco logra que las personas puedan superar los
efectos de la cuna y el azar, a pesar de los ejemplos que rompen la regla abunden.
Durante muchos años hemos
escuchado que si nos esforzamos lograremos superar la condición de origen, de
que si aprovechamos las oportunidades existentes para todos en la sociedad, y
que se encuentran para ser gozadas en igualdad, ellas serán el vehículo que nos
permitirá superar nuestra condición original. Sin embargo, al ver el panorama
inicial, pareciera ser que las desigualdades se profundizan, pues el argumento
que dice que el mérito de los elegidos debe ser siempre recompensado, ha
concluido con la paradoja de visibilizar con mayor fuerza el efecto de la cuna
y de las fortunas acentuando el carácter aristocratizante de nuestra elite
actual, alejándose cada vez más de esa idea nostálgica e irreal de la elite
republicana de tiempos pasados.
Es evidente que nuestro
sistema educacional no anula los efectos de las desigualdades sociales y que
por más esfuerzos que se hayan realizado los últimos años, la distribución social
de los privilegios parecieran haberse alejado de la idea meritocrática inicial,
reflejada en la popular frase “que gane el mejor”, con lo cual se ha terminado
legitimando una distribución injusta de las desigualdades. La igualdad de la
oferta educativa no es tal y termina legitimando la injusticia, tanto es así
que para algunos les parece normal esta distribución de privilegios que
fortalece la atomización de las clases sociales, especialmente de las clases
medias que por su envergadura, terminan siendo más segmentadas.
La escuela fue creada para
conservar y difundir las tradiciones valoradas culturalmente. En ella los
estudiantes aprenden contenidos y maneras de interactuar. Pero muchos de ellos
también aprenden que para ser un ciudadano educado y exitoso probablemente
tengan que renunciar a la identidad de su comunidad de origen, ya que para sobrevivir,
deben ser funcionales a los mensajes que el sistema educacional entrega:
primero con el currículo, a través del cual se nos señala cual es el conocimiento
válido; luego a través de la pedagogía, que define la estrategia a través de
cómo se trasmiten dichos conocimientos; y enseguida, a través de la evaluación,
cuyos mecanismos actúan como dispositivos de control que otorgan valides al
logro escolar y antesala a la distribución de los privilegios y distinciones sociales.
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