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jueves, 3 de febrero de 2011

Al mal tiempo, buena cara

Durante todo el año he escrito sobre temas vinculados a mi pasión profesional, principalmente. Hoy, ad portas de mis vacaciones, quiero hacerlo sobre un tema distinto, a propósito de una conversación telefónica con un amigo de más al norte, que me decía que no venía sólo porque aquí llueve mucho e inesperadamente. Entonces le dije más o menos lo siguiente.
Tal vez en Chiloé mejor que en cualquier otra parte del país es aplicable este dicho. Pero no me refiero con ello a nuestra forma de interpretar los acontecimientos. Es decir, de que tengamos o no la capacidad o, incluso, el arte de pensar de modo ingenioso; de enfocar la vida con humor cuando tenemos una ocasión para angustiarnos, enfadarnos o deprimirnos. No, me refiero literalmente a lo que tenemos asociado como “mal tiempo”, a esos días de lluvia y viento, a esos días oscuros que nos obligan a permanecer en lugares cerrados.

El mal tiempo en Chiloé constituye una particularidad permanente de nuestra geografía, por eso cuando los turistas deciden venir a vernos, deben tener claro que lo hacen a un lugar en el cual la lluvia es parte de la oferta y atractivo de nuestro territorio. No llover en Chiloé en una semana sería extraño, la lluvia es la normalidad, es parte de nuestro paisaje, de nuestra belleza y elemento sustancial de las manifestaciones culturales que por estos días se expresan con fuerza y abundancia en todos nuestros rincones.

La cultura nuestra no se entiende sin la lluvia. La vida del fogón, la convivencia en la cocina junto al mate y las delicias de las onces. La lluvia en Chiloé embellece las ondulantes colinas que circundan nuestras ciudades y localidades, las aguas que escurren por las innumerables quebradas desde las alturas hasta llegar a nuestro mar, humedecen los sembradíos en los campos y limpian las calles de nuestras ciudades, para cuando nuevamente salga el sol, con luminosidad destellante y abrazadora, muestren con fuerza el carácter de sus construcciones, del trazado de las calles y del acontecer cotidiano que parece renovarse entre su gente en torno a sus plazas, terminales de buses o caletas y embarcaderos.

La lluvia en Chiloé es bella. No es aquella fuerza amenazante que inunda calles o estropea cosechas, al contrario, su fuerza se diluye en las laderas fertilizando esos arcos multicolores en medio de los fiordos y bahías, conectándola con los campos verde claro e intenso que reviven en cada rayo de sol que los sorprende entre los estratos y nimbos que raudamente pasan hacia el continente oriental sorteando las torres de nuestras innumerables iglesias y capillas de madera. Venir a Chiloé en verano, no es venir a las playas tumultuosas cargadas de música estridente, es venir a disfrutar de un paisaje natural y cultural que al combinarse constituyen una singularidad que supera otras experiencias veraniegas.

Le enviaré a mi amigo esta reflexión, tal vez lo convenza para que la próxima temporada esté con nosotros, o incluso en invierno, total, lluvia y sol siempre habrá, en cualquier época del año.

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