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jueves, 21 de agosto de 2025

La política en la sala de clases: desafío y oportunidad para el profesorado

En el contexto electoral, donde la contingencia política se filtra desde las redes sociales y los medios de comunicación tradicionales, resulta ingenuo suponer que no alcanzará a la escuela y que esta pueda aislarse de sus influencias y tensiones. Así, los estudiantes llegan al aula portando preguntas, interpretaciones y, con frecuencia, discursos ya elaborados, muchas veces reproducidos sin filtro desde plataformas como TikTok o YouTube. Ante ello, el profesorado no puede simplemente continuar con el programa curricular como si nada ocurriese. Más aún, eludir la discusión política contingente equivale a dejar a los jóvenes expuestos a un ruido informativo sin guías ni herramientas para diferenciar la evidencia de la propaganda.

John Dewey advertía que “la democracia tiene que nacer de nuevo en cada generación, y la educación es su partera”. En este sentido, la escuela debe configurarse como un laboratorio de vida democrática, como un espacio donde se aprende a disentir sin destruir los vínculos, a argumentar sin humillar y a escuchar con apertura el cambio de opinión. Entonces, cada docente enfrenta un dilema, entre evitar la imposición de su perspectiva personal y, simultáneamente, no caer en una neutralidad pasiva que permita la circulación de afirmaciones falsas o discriminatorias. Diana Hess (Controversy in the classroom: The democratic power of discussion. Routledge, 2009) propone el concepto de neutralidad activa, argumentando que, en una clase de educación democrática, es imposible y no deseable ser neutral en el sentido de ocultar las propias opiniones o pretender que todas las posturas son igualmente válidas sin análisis. En su lugar, el docente debe ser justo, creando un entorno donde todas las perspectivas sean escuchadas, examinadas críticamente y respetadas, pero no necesariamente tratadas como iguales en fundamento o evidencia. Propone que el rol principal del docente no es transmitir su propia opinión, sino diseñar y facilitar discusiones deliberativas de alta calidad planteando preguntas provocadoras y bien estructuradas, asegurando que los estudiantes comprendan los hechos base del tema en discusión, garantizando que se escuchen múltiples puntos de vista, enseñando y haciendo cumplir las normas del diálogo civilizado y respetuoso, y guiándolos para que evalúen la solidez de los argumentos basándose en evidencia y razonamiento, no en prejuicios.

Respecto de los profesores, propone que deben ser transparentes sobre sus propias respuestas cuando se les pregunta directamente, pero haciéndolo de una manera que no cierre el debate. Por ejemplo: "Mi opinión personal es X, y se basa en Y. Pero lo importante aquí es que ustedes analicen la evidencia y lleguen a sus propias conclusiones. ¿Qué piensan ustedes?". Esto evita el adoctrinamiento y modela la honestidad intelectual. Advierte, además, que es necesario considerar la diferencia entre los temas "cerrados" y los temas "abiertos”; los primeros son aquellos en los cuales existe un consenso abrumador basado en evidencia (ej.: el Holocausto ocurrió, el cambio climático es causado por el hombre), en estos, la "neutralidad" es dañina, pues legitima posturas negacionistas y el docente debe presentar los hechos. Los segundos, son aquellos sobre los que ciudadanos informados y razonables pueden disentir legítimamente (ej.: políticas de inmigración, soluciones económicas, impuestos) siendo la "neutralidad activa" crucial para que el estudiantado delibere y forme su propio criterio.

La incorporación de la contingencia política en la sala de clases es una oportunidad para desarrollar competencias democráticas, que desarrollen las habilidades de un ciudadano con pensamiento crítico, capacidad para argumentar con evidencia, empatía para entender posturas diferentes, disposición a participar en discusiones públicas de manera informada y respetuosa. En momentos electorales, en los que se acrecienta la polarización, este rol adquiere una relevancia crítica. Mientras el espacio público se fragmenta y encapsula en burbujas ideológicas, la escuela puede -y debe- constituirse en uno de los pocos ámbitos para el ejercicio de un diálogo plural y fundamentado, lo que requiere, sin embargo, una intencionalidad pedagógica que no basta con permitir que los estudiantes “hablen” o “escuchen” al docente, sino que es preciso enseñar a escuchar activamente, a construir argumentos, a identificar las falacias y a reconocer que las ideas deben sustentarse en razones, no únicamente en emociones.

La investigación educativa comparada confirma que el diálogo político escolar, cuando es cuidadosamente mediado, incrementa la participación cívica futura, la tolerancia y la comprensión política. Algunos países han abordado estrategias exitosas, como Finlandia, al incorporar los debates en proyectos interdisciplinarios que privilegian el pensamiento crítico y la resolución colaborativa de problemas. En Canadá, diversas provincias han desarrollado guías para el tratamiento de “controversial issues” que incluyen rúbricas para evaluar la solidez argumentativa y protocolos para salvaguardar la seguridad emocional de los estudiantes. En ambos casos, se asume que formar ciudadanos requiere enseñar a argumentar y deliberar sobre temas que dividen. En Chile, la Ley 20.911, que crea el Plan de Formación Ciudadana, establece un marco para integrar estos contenidos en la enseñanza. Sin embargo, en la práctica, muchos establecimientos evitan tratar la contingencia por temor a conflictos con apoderados o a denuncias de parcialidad. Esto genera que gran parte de la socialización política de los estudiantes ocurra fuera del aula, en entornos que no siempre promueven el contraste crítico de ideas y la escuela y los docentes renuncian a su responsabilidad formadora.

El desafío para el profesorado es considerable, además de la presión curricular, debe lidiar con la diversidad de posturas y, en ocasiones, con la desconfianza de sectores que ven la discusión política escolar como una amenaza. Sin embargo, renunciar a este espacio significa abdicar de la formación ciudadana. Si la escuela no enseña a dialogar sobre lo que nos divide, ¿Quién lo hará? La política no es solo competencia de las élites, sino la forma en que decidimos cómo vivir juntos. El docente que asume esta tarea con responsabilidad, neutralidad activa y rigor formativo contribuye a la salud de la república. Y esa, en los tiempos actuales, es una labor impostergable.

https://opinion.cooperativa.cl/opinion/educacion/politica-en-la-sala-de-clases-desafio-y-oportunidad-para-el-profesorado/2025-08-25/104725.html

https://www.elquintopoder.cl/educacion/politica-en-la-sala-de-clases-desafio-y-oportunidad-para-el-profesorado/

https://www.ulagos.cl/cienula/opinion-la-politica-en-la-sala-de-clases-desafio-y-oportunidad-para-el-profesorado/



martes, 12 de agosto de 2025

La escuela como espacio de esperanza

Mi convicción es que los educadores debemos promover una actitud positiva ante los desafíos que nos imponen los tiempos actuales. Nada resulta más urgente y radical que recuperar la esperanza como horizonte pedagógico, especialmente en esta sociedad acosada por el miedo, por la fragmentación y la fatiga institucional. Educar sin esperanza es condenar a las nuevas generaciones a un futuro clausurado, sin sentido ni porvenir. Erich Fromm, Viktor Frankl y Byung-Chul Han, nos invitan a revalorizar la esperanza como una fuerza ética, activa y transformadora. 


Para ellos, la esperanza es resistencia frente al nihilismo tecnocrático, respuesta al vaciamiento de sentido, y apuesta por lo posible cuando todo parece cerrado. Para Fromm, es coraje racional; para Frankl, sentido en medio del dolor; para Han, apertura contemplativa. Para todos, es una dimensión constitutiva de la educación. 

Frente a esta desolación e incertidumbres, Erich Fromm propone una esperanza activa, racional, que exige compromiso y coraje. Para él, esperar no es aguardar pasivamente, sino prepararse activamente para lo que aún no ha nacido. En La revolución de la esperanza (1968), señala que “tener esperanza significa estar presto para lo que todavía no nace, sin desesperarse si el nacimiento no ocurre en nuestra vida”. 

Esta esperanza es profundamente ética, porque implica responsabilidad hacia el futuro y hacia los otros. En esta misma línea, Viktor Frankl en El hombre en busca de sentido (1946), dice que construir y sostener un propósito dota de significado la vida. Su experiencia en los campos de concentración lo llevó a descubrir que el sentido puede sobrevivir incluso al horror. Para él, la esperanza no niega el sufrimiento, sino que lo integra en una narrativa que dignifica la existencia, visión que puede parecer extrema, pero que, en un mundo amenazado por crisis medioambientales, los desplazamientos migratorios, la inseguridad frente a las redes delictuales, la precariedad económica y laboral, educar para el sentido es más necesario que nunca. 

Por su parte, Byung-Chul Han, en El espíritu de la esperanza (2024), la reivindica como interrupción del presente, como acto contemplativo que resiste la lógica de la inmediatez. En una sociedad dominada por la productividad, el consumo y la hiperconectividad, Han nos advierte que “los consumidores no tienen esperanzas, sólo deseos”. Por eso, propone una educación que cultive la interioridad, el silencio y la capacidad de esperar sin ansiedad, una pedagogía de la lentitud, que forme no solo para el mercado, sino para la vida.

Ambas perspectivas -la de Fromm y la de Han- pueden parecer opuestas: una activa, la otra contemplativa. Sin embargo, convergen en una crítica profunda al mundo deshumanizado que habitamos y en una apuesta por la educación como lugar de resistencia. Una educación esperanzada no es neutral: es política, porque desafía estructuras injustas; es estética, porque busca sentido y belleza en medio de la oscuridad; es ética, porque cree que el mundo puede ser distinto y que vale la pena transformarlo. 

No se trata de inculcar la esperanza como una fe ingenua en el progreso, ni de maquillar la precariedad con discursos motivacionales, sino que, por el contrario, lo que todo educador debe realizar es cultivar una esperanza lúcida, comprometida, capaz de ver el dolor sin negarlo y de sostener el sentido cuando todo parece perderlo. En palabras de Viktor Frankl, “al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas -elegir su actitud frente a cualquier circunstancia”.

El gran desafío pedagógico de nuestro tiempo no es solo curricular, metodológico o tecnológico. Es, sobre todo, espiritual y político. Necesitamos docentes capaces de sostener la incertidumbre sin ceder al cinismo, directivos que lideren con visión ética y comunidades educativas que encarnen el cuidado mutuo como forma de esperanza colectiva. No hay reforma que valga si no restituimos el sentido profundo de educar, que consiste en habilitar lo humano en cada niño, niña, joven o adulto, incluso cuando todo parece desmoronarse. Reivindicar la esperanza hoy es un gesto contracultural, pero es también el acto genuinamente pedagógico, ya que en esa esperanza -activa, crítica y contemplativa- reside la promesa más profunda de la educación: no reproducir el mundo como es, sino abrir caminos para que pueda ser distinto.

#educación #escuela #educacionyesperanza #profesores #calidadeducativa
https://opinion.cooperativa.cl/opinion/educacion/la-escuela-como-espacio-de-esperanza/2025-08-08/104346.html 

https://www.ulagos.cl/cienula/opinion-la-escuela-como-espacio-de-esperanza/


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