martes, 23 de octubre de 2007

Más sentido que contenidos

En el actual debate educativo los retos de la calidad y equidad sólo pueden pensarse y comprenderse mejor en un marco más amplio que la especificidad del sistema educativo. Es una oportunidad para vincular con las otras dimensiones de la sociedad, especialmente porque las condicionantes sociales, económicas, políticas y culturales son muy significativas. Más importante aún, porque al inicio del siglo XXI y con miras a la celebración del Bicentenario de nuestra República, se presenta una oportunidad para replantear los significados de nuestro porvenir y porque además –como lo fue en el Centenario-, las próximas generaciones juzgarán nuestras posiciones y opciones con particular interés, especialmente cuando han sido ellas las beneficiadas o afectadas. Entonces, lo que hagamos o dejemos de hacer hoy debe tener un significado de largo plazo, de otra manera nuestras propuestas podrían ser vistas como una estrategia de acomodarnos con el presente.

Abordar el mediano y largo plazo es urgente. A pesar de la vertiginosa velocidad con que cambian y cambiarán seguramente las sociedades futuras, el sustrato cultural, económico, social y político que configura nuestra actual sociedad genera altos niveles de disconformidad sino de descontento que nos interpela a hacernos cargo y plantear soluciones de largo alcance. En esta dirección, me preocupa la falta de un planteamiento inicial acerca del sentido de nuestro sistema educacional, especialmente en el ámbito de nuestra convivencia social, lo que la Comisión Delors denominó el “aprender a vivir juntos”. Cobra especial relevancia la enseñanza de valores como la responsabilidad social y la solidaridad. La discusión acerca de los fines nos debiera obligar a reflexionar responsablemente sobre la creciente diversidad y heterogeneidad de nuestra actual sociedad y de la sociedad global de la cual somos miembros.

Pareciéramos estar agobiados por la urgencia de la eficiencia. Si bien debemos responder a sus demandas, tenemos que hacer un esfuerzo por compatibilizar sus retos de autonomía, privatización, descentralización, con los valores permanentes de la política como son la profundización de la democracia, la equidad y la solidaridad. No podemos aceptar que se nos sitúe entre tener que elegir entre eficiencia y justicia social; es perfectamente compatible introducir en el sector público los factores de dinamismo que le permitan tener una oferta de muy buena calidad, sin tener que recurrir al sector privado, como podría ser al fortalecer la capacidad de demandar mejor educación a los padres a través de los Consejos Escolares. En otras palabras, esto significa que tenemos que equilibrar nuestras preocupaciones entre lo que la educación aporta a la economía y al desarrollo económico y lo que aporta a la distribución democrática del conocimiento y al desarrollo social. Fortalecer a los actores es trabajar con ellos, haciéndolos protagonistas; frente al mercado, la competencia y la regulación, podemos señalar que también hay otra vía: fortalecimiento de la capacidad de demanda social para garantizar equidad en la educación de calidad.

La selección de estudiantes o la elección de las familias. Tomo posición: tenemos que apoyar decididamente el fortalecimiento de la capacidad de elección de las familias. La selección y la democracia no se combinan fácil ni espontáneamente, nuestro sistema educativo selecciona severamente y mientras esto se mantenga seguirán existiendo límites a la democratización de la sociedad, expresados principalmente en el acceso a la educación superior, a las mejores instituciones de educación superior, a los mejores puestos de trabajo y a las mejores posiciones de poder político. En definitiva, la masificación nos ha traído nuevos desafíos que debemos enfrentar no con los instrumentos del pasado, como la selección académica o capacidad de pago de las familias, sino con medidas de acción positiva que favorezcan a los que tienen y han tenido menos recursos y oportunidades. Las instituciones, formas y estilos pedagógicos deben acoger sin limitaciones la diversidad y debemos colocar la demanda de homogeneidad en los productos, en los resultados que esperamos que el sistema escolar aporte a la sociedad.

Sobre los profesores. Nuestra estrategia política debiera hacer un fuerte énfasis en la selección, capacitación permanente y carrera profesional de nuestros docentes. Proponer una política firme y sostenida para que quienes elijan ser profesores lo hagan no como una opción secundaria o transitoria; vincular los primeros años de formación a la practica docente; vincular la capacitación en servicio estrechamente a las necesidades de cada institución educativa y
capacitación disciplinaria individual; proponer una carrera docente que reivindique su condición profesional, de autonomía en la toma de decisiones y de mayor responsabilidad en los resultados. Si la descentralización apunta a la autonomía del establecimiento, tenemos que equipar al docente para que se haga responsable por los resultados de la autonomía que goza para tomar decisiones que tienen que ver con el proceso de aprendizaje de sus alumnos. Sabemos que el mejoramiento de la calidad de la educación está asociado a establecimientos donde existen una serie de características que los identifican, que les dan cierta identidad institucional, que tienen un cierto liderazgo de parte de su director, un proyecto pedagógico, un equipo de trabajo donde se acumulan tradiciones y maneras de solucionar los problemas. Todo eso exige autonomía. Pareciera ser que pocos se atreven con los sentidos de nuestro sistema educativo y muchos esconderse en los contenidos, en las herramientas, en los mecanismos.

Las oportunidades de esta crisis