miércoles, 31 de agosto de 2005

Igualdad: la tarea educativa

Probablemente el primer académico que estudió la desigualdad desde un punto de vista empírico y crítico fue Aristóteles, quien afirmó que “en todos los Estados el cuerpo de ciudadanos puede ser dividido en tres partes: los muy ricos, los muy pobres y la clase media, la cual forma la mayoría”. La justicia, según este filósofo, “se encuentra en la distribución de honores, bienes materiales o cualquier cosa que pueda ser repartida entre aquellos que participan en el sistema político”. Desde educación se reparten los bienes de la cultura y del conocimiento, bienes claves para tener éxito en la sociedad que estamos diseñando. Por lo tanto, adquiere especial relevancia quien toma las decisiones. Propongo que evaluemos cómo estamos y cuánto ha contribuido la educación para mejorar la distribución de los recursos en nuestro país. En principio, quiero señalar cuatro ámbitos de análisis:

· Igualdad de acceso: las probabilidades de que un niño o niña, joven o adulto de diferente grupo social ingrese al sistema escolar. Este ámbito lo tenemos resuelto: acceso universal en la enseñanza básica y media, y la educación superior avanza hacia niveles satisfactorios.
· Igualdad de supervivencia: la probabilidad que tienen las personas pertenecientes a diferentes grupos sociales de estar en el sistema escolar a determinado nivel. Para conseguirla, hay que pensar en la no desigualdad de medios e incluso en equidad de medios; lo que significa por ejemplo que los alumnos de diferentes grupos culturales tengan materiales didácticos no demasiados alejados de su contexto, o que los alumnos reciban una atención diferenciada en función de sus necesidades. Esto lo hemos abordado recientemente con programas focalizados y especiales: P-900, Básica Rural, Interculturalidad, Becas y Asistencialidad Escolar, subvención diferenciada. Estamos colocando más recursos donde más se necesitan.
· Igualdad de resultados: la probabilidad que tienen sujetos de diferentes grupos sociales –escolarizados en determinado nivel educativo- de aprender lo mismo; es decir; que las puntuaciones de una prueba de rendimiento- como el SIMCE- se distribuyan de forma similar en cada grupo social. Aquí tenemos deuda con los más pobres, los resultados nos señalan que mientras mayores son los recursos socioculturales de las familias, mayores son los puntajes obtenidos por sus hijos en las evaluaciones escolares.
· Igualdad de consecuencias: se entiende por tal, las probabilidades que sujetos de diferentes grupos sociales tienen de acceder a similares niveles de vida como consecuencia de sus resultados escolares. Es decir, tener salarios análogos, trabajos de estatus parecido, igual acceso a puestos políticos, entre otros. Este concepto relaciona al sistema educativo con la vida adulta y con el mercado laboral; y obviamente su consecución no es responsabilidad única del sistema educativo. Ámbito en el cual recientes estudios en Chile demuestran la predominancia del clasismo y no de la meritocracia que todavía es una excepción.

Esta breve reflexión nos lleva a pensar que tanto la igualdad, como la calidad, es una utopía, tan inalcanzable como necesaria para un Chile mejor.

La cultura de la colaboración

Durante estos años he constatado que lo común es que existan prácticas educativas individualistas arraigadas en muchos liceos y entre sus profesores, las cuales producen atrofia profesional y dificultan la coordinación en una organización ya de por sí débilmente articulada. Viven aislados, lo que da lugar a la autocomplacencia y potencia situaciones de inmunidad y de impunidad de las que disfrutan muchos de ellos y que obstaculizan cualquier intento de innovación y de cambio. Los hábitos, las tradiciones y las prácticas en las relaciones entre estos docentes entorpecen la colaboración, dado que por ejemplo: identifican la tarea profesional únicamente como la función docente; las instancias directivas y supervisoras tienen la costumbre de admitir y permitir el hecho anterior; existe la tradición de elaborar unos horarios escolares con criterios egoístas que impiden los encuentros, el intercambio y el trabajo colaborativo; existen historias personales anteriores entre docentes, rivalidades o conflictos no resueltos; algunas personas mantienen conductas pasivas por miedo a evidenciar su falta de actualización disciplinaria o didáctica entre los compañeros.

Entonces nos encontramos con un docente aislado, vinculado al sentido patrimonialista de su aula y su trabajo, lo que puede considerarse una de las características más extendidas y más perniciosas para la cultura escolar. El aula es el santuario de los profesores. El carácter sacrosanto que le otorga es un elemento central de la cultura escolar que se preserva y se protege a través del aislamiento del profesor y la vacilación de los padres, directivos y compañeros en su intención de violarla. Este aislamiento se puede presentar como un estado pedagógico, en el que la inseguridad personal o el miedo a la crítica recluyen al docente en los límites de su aula, de su incompetencia y de su previsible arbitrariedad y autoritarismo; o como un aislamiento ecológico, determinado por las condiciones físicas y administrativas que definen su trabajo; o, como un aislamiento adaptativo, concebido como una estrategia personal para encontrar voluntariamente el propio espacio de intervención y protegerlo de las influencias nocivas del contexto. Estos profesores tienen la sensación constante de que no se dispone de tiempo suficiente para afrontar todas las responsabilidades y obligaciones derivadas de las tareas docentes; que el tiempo en el aula pierde importancia y entra en colisión con el dedicado a la preparación de clases, la formación, las reuniones, la elaboración de materiales y las evaluaciones.

Sin embargo, actualmente se tiene cada vez más la seguridad de que la educación es una tarea colectiva. Los estudiantes tienen derecho a recibir una enseñanza de calidad y tal cosa no es posible si entre los profesores no existen planteamientos congruentes y actuaciones solidarias a partir de algunos criterios comunes, pues el hecho de compartir concepciones y convicciones sobre la enseñanza es fundamental para conseguir acciones coordinadas y de calidad. Proporcionar a nuestros estudiantes la educación de calidad que sin duda se merecen, exige que entre las personas que los educamos existan ciertos planteamientos comunes, así como criterios de actuación suficientemente coherentes. Tales requisitos no son posibles sin la adecuada coordinación que proporciona la colaboración a través del trabajo en equipo.

martes, 30 de agosto de 2005

Más oportunidades para mayor libertad

La equidad en educación significa hacer efectivos, entre otros, los derechos a la igualdad de oportunidades, a la no discriminación y a la participación; implica no sólo igualdad de acceso –que hemos garantizado-, sino y sobre todo, igualdad en la calidad de la educación que se brinda y en los logros de aprendizaje que alcanzan los alumnos en los ámbitos cognitivo, afectivo y social. John Rawls en su concepto de Justicia como Equidad nos invita a trabajar por el ideal valórico de un sistema equitativo de cooperación social entre personas libres e iguales, donde toda persona no sólo tiene derecho a un régimen suficiente de libertades básicas iguales, compatible con un régimen de libertades iguales para todos; sino que además, donde las desigualdades sociales y económicas deben estar ligadas a empleos y funciones abiertos a todos, bajo condiciones de igualdad de oportunidades, y deben favorecer a los miembros menos favorecidos de la sociedad. Es decir, para Rawls la verdadera libertad nos es posible sin un reconocimiento pleno y la aplicación efectiva de los derechos sociales y sin el principio de equiparación de oportunidades, que no significa tratar a todos por igual, sino, por el contrario, dar más a quién más lo necesita y dar a cada cual lo que requiere en función de su situación y características personales y de su origen social y cultural.

El Gobierno del Presidente Lagos, al decidir la entrega de US$16 millones, provenientes de los impuestos que tendrán que pagar las 35 mil personas más ricas del país, a 15 mil jóvenes de la educación superior y técnica de familias modestas, no está haciendo otra cosa que construir las bases para la igualdad de oportunidades futuras para aquellos que hoy, teniendo talento, han nacido bajo un régimen de desigualdades y por lo tanto, tendrán un futuro abierto a las oportunidades disponibles a todos. De esta manera, no sólo estamos otorgando “más a quien más lo necesita” y compensando las condiciones de origen, sino que por sobre todo, lo que nos interesa es crear un régimen distinto, un régimen de libertades reales que les permita a los jóvenes de hoy optar y decidir mañana sin tener que estar sujetos a condicionamientos políticos y sociales que seguirían reproduciendo las desigualdades de hoy. Con medidas como estas, la educación si se convierte en un elemento de transformación social, que juega un rol en la superación de las desigualdades sociales disminuyendo las brechas de injusticia existentes. La construcción de una sociedad más libre no tiene que ver con las oportunidades entre uno y otro producto en el escaparate del supermercado que tiene un individuo, sino que con la dignidad con que las personas transitan por nuestras calles, viven en nuestros barrios y participan de los procesos de elección de futuro. Las oportunidades hoy serán la libertad de mañana; más y mejor educación hoy es el instrumento para derrotar la pobreza esclavizante a la que de otra manera seguirían sometidos muchos de nuestros jóvenes talentosos en el futuro.

De la sociedad que queremos

En mis 16 años de vida profesional, los últimos seis los habré cumplido en el Ministerio de Educación. He sido testigo de los grandes cambios que han experimentado nuestro país y nuestras escuelas, de los mejoramientos en la infraestructura y equipamiento escolar, de la mayor asistencialidad y apoyo a los estudiantes en todos los niveles del sistema, de las luchas y mejoras que han experimentado los profesores tanto en condiciones de desempeño como en retribuciones y reconocimientos, del aumento de recursos para la inversión y para la gestión de las instituciones educativas, de la ampliación de la libertad de los padres para elegir la educación que aspiran para sus hijos y de las posibilidades para realizar ofertas educativas atractivas a las demandas de las familias y los jóvenes especialmente. Así, han aumentado las cifras de cobertura en todos los niveles educativos, siendo similares a muchos países desarrollados; hemos disminuido la deserción y la repitencia escolar, ha aumentado la asistencia a las escuelas; estamos incrementando nuestros niveles de escolaridad en todos los grupos etáreos y niveles socioeconómicos: los pobres y las mujeres han sido quienes más se han beneficiado de esta política educativa expansiva.

Pero no estamos satisfechos, a pesar de todas las bondades concretadas en beneficios reales para grandes grupos de chilenos tradicionalmente excluidos de los beneficios de la educación. En efecto, al final del día pareciera que la calidad y la equidad fueran incompatibles, aún cuando creo que de hecho no es posible alcanzar una enseñanza de calidad para todos, organizándola en vías paralelas y segregadas en función de determinadas características del alumnado y sus familias. Creo que sería contradictorio hablar de enseñanza de calidad si no preparase a los futuros ciudadanos para el aprendizaje de valores fundamentales para nuestra convivencia, como son el respeto, la solidaridad o la tolerancia. Estos últimos años nos hemos visto exigidos a tener una escuela “eficaz”, que como en una especie de nuevo taylorismo educativo, los “diversos” no tienen cabida. Entonces, le hacemos correcciones al modelo, pero que en lo fundamental, seguimos teniendo establecimientos escolares destinados a la capacidad de compra de las familias, con efectos secundarios como el etiquetando de los alumnos y la disminución de las expectativas que los profesores tienen sobre ellos. Si seguimos de esta manera haciendo las cosas, es altamente probable que nuestra sociedad futura ya no sea de tres clases sociales tradicionales (alta, media y popular), por que nuestro sistema educativo habrá generado una estructura social distinta a partir de la configuración del actual sistema educacional: A, B, C, D y E. Claramente definido no sólo por sus requisitos de pertenencia, sino también por los resultados educativos de las escuelas a las cuales están asistiendo sus hijos.

Las oportunidades de esta crisis